Esto es un pequeño relato que escribí para un concurso del colegio, aquí os lo dejo leerlo, me gustaría que diéseis vuestra opinión, pero bueno eso ya depende de cada uno.
Gracias de antemano.
Psicópata: término con el que se define a una persona que tiene problemas de adaptación social.
Pues bien, muchos creerán que soy uno de ellos, aunque yo prefiero definirme como un “discriminado social”: Le caigo mal a todos, el mundo me odia. Todo empezó un 23 de Agosto, yo tenía una “enfermedad”, digámoslo así. Y es que me repugnan algunas personas –y digo repugnan porque todavía tengo esos síntomas- sin conocerlas, sólo me repelen y desearía que estuvieran muertas.
Un día me encontré a mi comandante, el teniente coronel de marines John Q. Bloomfield, un hombre serio, alto, de expresión dura, como si siempre estuviese enojado. Cuando yo estaba en las fuerzas armadas fue mi superior, todos lo odiaban y yo era el blanco de su desprecio. Le saludé formalmente, pero el volvió a demostrarme su indiferencia una vez más. Yo pensé que no me había oído, así que me acerqué a él y le pregunté si se acordaba de mí. John Q. me dirigió unos insultos y consiguió hacer aflorar todo mi odio reprimido. Lo seguí por toda la calle hasta que paró en un restaurante, y supe que era mi oportunidad. Estaba anocheciendo, le robé la cartera y me informé de que era viudo, sus hijos vivían en México DF y no había ninguna fotografía de ellos, deduje que no se tenían mucho aprecio. John Q. salió del bar sobre las 20:35, sobrio, lo que me dificultó la tarea de asestarle un golpe en la nuca que lo dejara inconsciente, pero con un golpe ágil y sin apenas hacer ruido lo hice. Le dejé tendido en el suelo, y lo monté en mi Ford Explorer blanco, llevándomelo lejos, a un desguace de coches, donde le puse una inyección letal hecha por mí y lo enterré.
Después de eso creía que no me volvería a pasar nada más, pero cada vez que iba por la calle me sentía incómodo con la gente, hasta que un día no pude más, me harté, en otras palabras, odiaba al mundo. Me fui rápidamente a una armería y pregunté por un arma de precisión milimétrica y el vendedor –que no parecía un tipo muy legal- me dio un nombre: Artic Warfare Mágnum. Según él no era un rifle de francotirador, era EL RIFLE DEL FRANCOTIRADOR. Tenía una potencia descomunal, mataba de un solo tiro. Por eso antes la llamaban one shot, one kill, es decir, un tiro, un muerto. Me gustó la idea, definía mi filosofía. La compré junto con una buena cantidad de cartuchos. También le pregunté por silenciadores, porque me haría más fácil huir después de las acciones, y adquirí uno. El importe total fue de 2.355$. Todo lo tenía que planear aún, pero ya tenía mis herramientas de trabajo.
Yo había sido entrenado para disparar con rifles de precisión, soy un sniper, y todavía conservo mis habilidades, sabía que sólo tenía que disparar una vez al día, pero no podía hacer un único disparo, lo mío era realmente un problema con la gente, estaba cada día más harto de las personas, me irritaba al verlas, sólo apreciaba a mi hijo. En realidad no me había planteado cuantas personas matar, supongo que hasta que me capturaran. Tenía ya todo planeado para empezar mi cacería, pero los fines de semana debía quedarme con mi hijo, lo que agradecía muchísimo, porque él era la única persona en quien confiaba y con la que me sentía a gusto, relajado, me aislaba de la deprimente humanidad que nos rodea.
Por la noche me despedí de él y en cuanto se fue cogí una bolsa de deporte, desmonté el rifle y me preparé. Nadie sabía que iba a ser la pesadilla de Washington. EL 2 de Octubre empecé a asesinar gente. Me fui con una furgoneta alquilada, paré, me bajé del coche, me escondí entre los arbustos y fijé mi objetivo en un vendedor de una tienda de licores. A las 17:20 disparé, pero fallé. La bala sólo atravesó el cristal. Recogí todo y me fui de ese lugar hasta un aparcamiento donde vi un hombre y me dispuse a disparar. En esta ocasión sí acerté, le di en la cabeza, eran las 18:04. Recogí todo cuidadosamente y me fui a casa, quedé satisfecho porque empezaba a ver como la gente que me odia moría y eso me alimentaba.
Al día siguiente, jueves 3 de Octubre, fue muy provechoso para mí. Me levanté decidido a no perder el tiempo, así que fui en busca de mi próxima víctima. Esta vez me fijé en un hombre que estaba segando el césped, me coloqué en posición de disparo y volví a acertar, eran las 7:41. Media hora después ejecuté a otro ciudadano, esta vez en una gasolinera, y a las 8:37 maté a una mujer recostada en un banco. Después de esto, recogí las herramientas de trabajo y busqué un lugar concurrido y me fui a otra gasolinera y allí vi a una mujer limpiando su coche, eran las 9:58. Ella también sucumbió a mi odio.
Después de ese atentado me tomé un descanso. Estaba contento, ahora le estaba devolviendo a la sociedad todo el desprecio que me había inflingido durante tantos años. Por fin yo ocupaba el lugar que me correspondía, con el mundo pendiente de mí, temiéndome. Fui a comer y a la salida del restaurante observé un hombre que iba a cruzar la calle. Lo sentencié: debía morir. Cargué mi arma y disparé. Fue mi sexta víctima.
El 4 de Octubre fui a una gasolinera donde, de nuevo, alcancé a una mujer en el brazo, se movió en el momento justo del disparo. Ese día no hubo más acciones, al ser viernes debía quedarme con mi hijo.
El lunes 7 fui a un colegio, y a las 8:08 alcancé a un niño de 13 años en el pecho, y dejé en mi posición de tiro una carta que todos habréis conocido: “Querido policía: soy dios”. El miércoles 9, a las 20:18, volví a matar a un hombre en una gasolinera, y el día 11 a otro, en el mismo lugar. Pero cometí un error. Cogí el casquillo con la mano desnuda. La policía lo examinó, como todos los demás, era ya una rutina, pero este... por desgracia fue mi cruz al examinarlo se dieron cuenta de que habían huellas dactilares, las analizaron y me descubrieron.
Pasados dos días, el 13 de Octubre, observé, a través de la ventana del salón, hombres entrando por el piso de arriba. Enseguida me di cuenta, intenté saltar por la ventana, pero un corpulento miembro de la policía me paró placándome, y aquí me tiene ahora, doctor. Yo, confinado en un psiquiátrico, como si estuviera loco. Y aquí todo el mundo me odia, y no puedo defenderme. Doctor, me está escuchando, ayúdeme doctor, DOCTOOOOR…
La idea viene de lo del francotirador de Washington, como supongo que habréis apreciado y notado. Este relato consiste en intentar dar una explicación a tan loca persona y tan macabras acciones. Este hombre ya ha sido ejecutado.
Escrito por Evil a las 20 de Junio 2004 a las 12:46 AM